Francisco Indalecio Madero nació el 30 de octubre
de 1873 en Parras de la Fuente, Coahuila, México, en la residencia
de sus padres, Don Francisco Madero y Doña Mercedez González.
Pertenece a esa raza de héroes y libertadores de América,
a la que México, con Juárez, Hidalgo, Morelos y tantos
otros, ha brindado un invalorable aporte.
Descendiente de una rica familia de hacendados, recibió
esmerada educación en el Colegio de Jesuítas de San
Juan, Saltillo. Fue después a estudiar al Saint Mary's College
de Baltimore, Estados Unidos, y concluyó su preparación
en el Liceo de Versalles en París, así como en la Escuela
de Altos Estudios Comerciales de la capital francesa en donde obtuvo
su Diploma en junio de 1892. Permaneció cinco años en
Francia, visitó buena parte de Europa, y estudió en
la Universidad de Berkeley, California, en la que perfeccionó
el idioma inglés.
A los veinte años de edad regresó a
su hogar y se radicó en San Pedro de las Colonias, administrando
las propiedades de su padre. Su mentalidad progresista lo llevó
a adoptar medidas en pro del bienestar de la región. Importó
maquinaria agrícola moderna, aplicó novedosos sistemas
de riego y recolección, publicó (1900) un folleto en
el que presentaba ideas para represar y aprovechar las aguas del río
Nazas. Se preocupó como nadie, por el mejoramiento y superación
de los siempre preteridos, labriegos de sus haciendas. Se granjeó
su cariño por el trato bondadoso que les otorgaba, les pagaba
los mejores sueldos, les daba casas higiénicas, e incluso,
con sus conocimientos de homeopatía y magnetismo, los atendía
cuando se enfermaban.
Creó escuelas y centros de alfabetización,
pues estaba consciente de que mientras México continuara correi
85% de su población, analfabeta, estaría sumido en el
atraso y la pobreza. En fin, Madero practicó el amor y el bien
al prójimo, impulsado por su espíritu radiante de bondad
y altruismo, siempre convencido de que sus ideales eran más
importantes que el cuantioso patrimonio económico que poseía.
En esta noble conducta, invariable a lo largo de su vida, le acompañó
siempre su fiel esposa Doña Sara Pérez, con quien contrajo
nupcias el 26 de enero de 1903 en ciudad de México.
Desde su regreso a la patria, Madero observaba con
desaliento la crítica situación del país, tanto
en el orden civil como en el económico, producto del gobierno
despótico de Porfirio Díaz. En 1905 funda un movimiento
político de alcance regional, el Partido Democrático
Independiente, con su periódico semanal llamado “El Demócrata”.
Desde su primer artículo, “Vox pópuli, vox Dei”,
empieza a perfilar sus ideas progresistas de renovación social,
que tuvieron gran repercusión en el estado de Coahuila. Perseguido
por la dictadura de Porfirio Díaz, encarcelado varias veces,
lanza en 1908 su gran obra “La Sucesión Presidencial
en 1910” en la cual recoge el clamor del pueblo mexicano por
el cese de la tiranía, bajo el lema de “Sufragio efectivo
y no reelección” que ha perdurado hasta ahora como emblema
del poder político mexicano. Frente a la burla electoral de
1910, Madero exhorta al pueblo a la revolución, con su vigoroso
manifiesto conocido como “Plan de San Luis Potosí”.
El 7 de junio de 1911 entra triunfalmente en la capital
mexicana, días después de la renuncia del dictador Díaz.
Las elecciones de octubre de ese año, otorgan el triunfo al
Partido Nacional Antirreeleccionista y consagran a Francisco Indalecio
Madero como Presidente constitucional para el período 1911-1918.
Al ascender legítimamente a la primera magistratura, Madero,
que siempre habló el lenguaje de la verdad y el amor, promovió
una obra de profundos alcances sociales, y respetó cabalmente
los derechos universales de libertad de expresión, pensamiento
y conciencia.
Por desgracia, la incomprensión de unos y las
ambiciones de otros, impidieron que se consolidara su gobierno y hubo
de enfrentar numerosas sublevaciones, hasta que el 22 de febrero de
1913 es traicionado por su comandante de la plaza, general Victoriano
Huerta y es fusilado junto con el Vicepresidente José María
Pino Suárez.
La posteridad ha reivindicado al Presidente Mártir;
al hombre que logró cerrar el negro episodio de más
de 30 años de dictadura porfirista, y a quien, la nación
venera como el APOSTOL DE LA DEMOCRACIA MEXICANA. Como expresó
uno de sus biógrafos, Isidro Fabela, “mientras más
avanza el tiempo y se conocen y se aquilatan mejor, la vida y la obra
de Francisco Indalecio Madero, más comprenderemos sus altos
merecimientos y todo lo mucho que la patria le debe”.
MADERO ESPIRITISTA
Este grande hombre, fué espiritista. Y de aquellos,
que enfrentan la burla socarrona de los ignorantes, y proclaman con
orgullo sus ideales filosóficos. Por sus “Memorias”
sabemos fielmente como conoció y se adhirió al Espiritismo:
“El acontecimiento que ha tenido más
trascendencia en mi vida, fué que el año de 1891 llegaron
a mis manos, por casualidad, algunos números de la “Revue
Spirite” de la cual mi papá era suscritor; se publica
en París desde que la fundó el inmortal Allan Kardec.
En aquella época no tenía yo ninguna creencia, así
es que no tenía ninguna idea preconcebida, lo que me puso en
condición de juzgar al Espiritismo de un modo desapasionado
e imparcial. Con gran interés leí cuanto número
encontré de la “Revue Spirite” y luego me dirigí
a las oficinas de la misma publicación que es en donde existe
la gran librería espírita. Mi objeto era comprar las
obras de Allan Kardec que había visto recomendadas en la revista.
No leí esos libros, sino los devoré, pues sus doctrinas
tan racionales, tan bellas, tan nuevas, me sedujeron, y desde entonces
me considero espírita”.
A su regreso a México, fundó el Centro
de Estudios Psicológicos de San Pedro de las Colonias. Se dedicó
al estudio y propagación del Espiritismo e introdujo en esa
región la práctica del pase magnético para atender
determinadas afecciones nerviosas, psicológicas o espirituales.
Y gracias a su facultad de mediumnidad psicográfica, recibió
ejemplarizantes comunicaciones contentivas de mensajes filosóficos,
morales, históricos, así como consejos vitales en favor
de su salud y de sus familiares.
El espíritu de su hermano Raúl, desencarnado
en 1886, fungía de guía y protector del grupo. Así
cuenta en sus “Memorias” como accedió al desarrollo
de sus facultades y la repercusión trascendente que ello tuvo
en toda su vida:
“Cuando me penetré de lo racional y lógico
que era la doctrina espírita, concurrí en París,
a varios círculos espíritas, en los cuales presencié
algunos fenómenos interesantes. Los médiums cuyos trabajos
fui a presenciar, me manifestaron que yo también era médium
escribiente.
Desde luego, quise convencerme de ello y me puse a
experimentar según las indicaciones que hace Kardec en “El
Libro de los Médiums”. Mis tentativas sólo me
dieron como resultado que trazara una pequeña línea
con muchas sinuosidades, lo cual atribuía al cansancio de la
mano al permanecer mucho rato en la misma postura. Después
seguí desarrollando mi facultad, al grado de escribir con facilidad.
Las comunicaciones que recibía eran sobre cuestiones filosóficas
y morales, y siempre eran tratadas todas ellas con gran competencia
y con una belleza de lenguaje que me sorprendía y sorprendía
a todos los que conocían mis escasas dotes literarias. Estas
comunicaciones me hicieron comprender a fondo la filosofía
espírita y, sobre todo, su parte moral y como en lo íntimo,
me hablaban con gran claridad, invisibles que se comunicaban conmigo,
lograron transformarme y de un joven libertino e inútil para
la sociedad, han hecho de mí un hombre de familia, honrado,
que se preocupa por el bien de la Patria y que tiende a servirla en
la medida de sus fuerzas.
Para mí, no cabe duda, que la transformación
moral que he sufrido, la debo a la mediumnidad y por ese motivo creo
que esta es altamente moralizadora”.
A Madero se debe la primera traducción castellana
de la impactante obra de León Denís, “Después
de la Muerte”. Sostuvo con el insigne filósofo francés,
continuador de Kardec, un permanente intercambio epistolar, a quien,
informaba y consultaba sobre sus actuaciones políticas. En
esta traducción, se valió del seudónimo de “Elsa”.
En 1906 assistió al Primer Congreso Espiritista
Mexicano, inaugurado el 31 de marzo, fecha aniversaria de la desencarnación
de Kardec y que se extendió hasta el 15 de abril. Intervino
activamente; el 4 de abril presentó una ponencia; los días
6 y 7 dictó sendas conferencias en torno al carácter
del Espiritismo y sus diferenciaciones de otras corrientes espiritualistas.
En 1908 se publica su magnífica obra “Manual
Espírita”, calzada con el seudónimo de “Bhima”.
Ella contiene una recopilación de asuntos históricos,
fenomenológicos, filosóficos y morales en torno a la
Doctrina de los Espíritus. Explica, en su introducción:
“Esta obra, escrita en virtud de convocatoria
expedida por la Junta Permanente del 2º Congreso Espírita
de México, está destinada a la juventud, a los obreros
y en general a las masas, a donde aún no ha llegado la influencia
demoledora del materialismo. Para llenar nuestro objeto, nos bastará
hacer una breve exposición de la doctrina espírita.
Es tan bella, tan sencilla, que fácilmente será admirada
y comprendida por las personas a quienes nos dirigimos”.
Ese año, participa en el 2° Congreso Espírita
Mexicano, efectuado durante 15 días a partir del 31 de marzo.
Allí desarrolló la idea de organizar una Confederación
Espiritista de los pueblos latinoamericanos.
Su ideario espírita no estuvo divorciado de
su quehacer político. El Madero espiritista, no es diferente
del Madero político o del Madero Presidente. Elocuente demostración
de ello la encontramos en el libro “Madero y el Espiritismo”
de José Natividad Rosales, en que presenta una recopilación
de cartas y documentos del héroe, relacionados con el Espiritismo,
e incluso explica que sus famosos trabajos, “La Sucesión
Presidencial” y el “Plan de San Luis Potosí”
fueron escritos — psicografiados, diríamos — bajo
la dirección de los espíritus de José María
Morelos y Benito Juárez, y remata Rosales con esta conmovedora
conclusión: “Lo maravilloso es, que muchas de las disposiciones
que Madero puso en práctica, hayan sido recibidas del más
allá. La Revolución nacia en las estrellas, pero se
iba a hacer realidad en el suelo bajo”.
Esta influencia y orientación del mundo espiritual
sobre las fuerzas libertadoras de América, que se detecta en
Madero, se presenta también en Lincoln, decretando la abolición
de la esclavitud impulsado por los espíritus a través
de la mediumnidad de Nettie Colbum; en Matienzo Cintrón y Corchado
Juarbe, espíritas y patriotas puertorriqueños; en Sandino
espiritista y libertador nicaragüense, y en tantos otros, cuya
obra, escudriñada con una visión sociológica
de la mediumnidad, arrojará nuevas luces sobre la interpretación
de los cambios sociales, dinamizados por el espíritu, verdadero
motor de la historia.
En la misma dirección escribe el, tan ilustre
cuanto poco conocido, escritor espiritista cubano, S. Paz Basulto,
en su valiente trabajo titulado “Las tareas del movimiento espírita
en esta hora” (publicado en Buenos Aires, en 1941, por la feliz
iniciativa de esa gloria del Espiritismo argentino, Don Santiago Bossero,
al frente de la Editorial Víctor Hugo): “Un hecho es
el leitmotiv del pensamiento y hasta del lenguaje de Madero: obsérvese
que Madero piensa, habla y se conduce siempre como espiritista. En
él, la Idea Espírita refulge pulcramente y cuando enfoca
una cuestión, razona una actitud o se determina a realizar
una acción, lo hace bajo esa proyección ideológica.
Y en una continuidad tan sostenida, que hasta en la esfera político-revolucionaria
en la que desarrolla sus actividades, es la concepción espiritista,
el arsenal de donde saca sus armas dialécticas y ejecutivas”.
Así, este hombre excepcional, que tenía
consigo bajo su brazo, en el momento de su trágico desenlace,
los manuscritos de la obra que estaba por publicar, denominada “Comentarios
al Bahagavad Gita”, y que abrió senderos de progreso
y redención al pueblo de México, supo traducir para
su praxis social, las enseñanzas esclarecedoras del Espiritismo,
doctrina de amor y emancipación, revelada por los espíritus
al genio inmortal de Allan Kardec.
Madero ocupa un lugar prominente entre los pioneros
del Espiritismo en América, y sitial de honor, entre quienes
han sabido dignificar la historia del Espiritismo con su propia historia,
enarbolando las flamígeras banderas del amor al prójimo,
del progreso social y liberación espiritual.